Mucho por contar

¡Hola mente inquieta!
Hoy quería reconectar contigo, y quizá también recordar cuál es la esencia de mi trabajo. A veces la rutina y las prisas acaban por desvirtuar nuestras prioridades, aquello que nos motiva e impulsa hacia la vida con la que soñamos, y nos vemos sumergidas en la vorágine de la jornada laboral, quehaceres, cuidados y muchas otras responsabilidades.

Han pasado muchas cosas en este tiempo que estoy deseando contarte, al fin y al cabo aún en la distancia física que nos puede separar ahora mismo (o quizá no tanta), sé que estamos conectadas a un propósito afín.

Recuerdo mis primeras clases de Historia en el colegio, mi padre siempre ha sentido mucha curiosidad y pasión por esta materia y ya de niña hablaba conmigo sobre las grandes figuras de nuestro pasado, spoiler: siempre hombres. Pocas fueron las mujeres de las que él me habló, seguramente porque ni él mismo tuvo conocimiento de las grandes figuras femeninas que hicieron que nuestra humanidad evolucionara y creciera como especie.
Así que cuando llegué al colegio y pisé la clase de Historia por primera vez, algo en mi interior albergaba la esperanza de encontrar allí las figuras sobre las que crear las bases de mis proyecciones futuras. Mujeres valientes, empoderadas, creativas, aventureras que me mostrasen todo aquello que habían hecho como una posibilidad más, otros pasos que seguir.

Mis esperanzas se vieron truncadas cuando al llegar vi al que el curso anterior había sido mi profesor de educación física, sentado en la silla del profesor, con el libro de Historia en las manos y el gesto un tanto contrariado. Años después, ya en la edad adulta, me enteré de que es algo bastante habitual situar a los docentes al cargo de materias que no han estudiado y en las que no están especializados para cubrir una baja, por ejemplo.

Esto puede ser algo motivador para algunos, mientras que para otros puede resultar abrumador y ciertamente frustrante. A aquel profesor debió sucederle lo segundo.

Su primera orden hacia nosotros como alumnado fue que leyésemos en voz alta el primer capítulo del libro, no hizo ninguna pausa, no añadió ninguna información adicional. Estuvimos leyendo durante toda la hora que duraba la clase. Y así se fueron sucediendo las semanas, los meses… Y llegaron los exámenes. Mi padre, apasionado por la Historia y viendo lo mucho que me aburrían las clases que a él un día le llenaron de energía decidió echarme una mano, y con los conocimientos que él tenía y el ordenador que teníamos en casa buscaba contenido extra que diera a esta materia algo de chispa que llamara mi atención. Reconozco que los días que hablábamos de aquellas batallas lejanas, aquellos logros y descubrimientos ajenos resultaron ser muy amenos y a veces hasta divertidos, de su mano.

En el primer examen en el que incluí esa información adicional que mi padre y yo habíamos investigado y buscado, me sentí pletórica. Había disfrutado aprendiendo y estaba añadiendo información de interés para el tema que ni siquiera venía en el libro, estaba indicándole a mi profesor y tutor que estaba interesada en la materia, que había buscado más allá del libro y que ansiaba aprender más. Mi padre y yo estábamos ansiosos por ver su respuesta, nos habíamos implicado mucho en aquello.

Cuando nos entregó los exámenes corregidos y vi mi nota en rojo con una anotación bajo ella sentí un vuelco en el corazón. ¿Se habría dado cuenta de que había investigado en diversas fuentes? ¿le habría gustado ver que una alumna mostraba interés en la materia que impartía? ¿dedicaría más empeño en preparar las próximas clases para que todas, todos, pudiéramos disfrutar de ella? La respuesta a mis preguntas llegó rápido y de un modo muy abrupto cuando leí la anotación escrita en rojo que decía «Esto no figuraba en el libro y no te lo voy a tener en cuenta para la nota».

Sentí que se me caía el cielo encima. Me había esforzado mucho preparando aquel examen, más que nunca lo había hecho para cualquier otro, había contestado a las preguntas que en él figuraban correctamente y había ampliado la información que se pedía, y no se había tenido en cuenta, no sólo para la nota, sino en ningún otro sentido. Cuando llegué a casa y le enseñé el examen a mi padre ambos nos quedamos mustios, mirándonos sin entender porqué el profesor no había dado ni una muestra de alegría al ver que una alumna suya tenía interés en su materia.
Creo que ni él mismo sentía interés en ella.

Han pasado muchos años desde entonces, yo misma he dado clase y cuando mi alumnado demostraba interés en lo que estábamos trabajando era una inmensa alegría ver que había conseguido motivarles, hacerles sentir la pasión por lo que estaban estudiando como para indagar y querer seguir aprendiendo fuera del horario de clase.

Cuando estás involucrada en lo que haces, lo disfrutas y te entusiasma ver a otros disfrutar de ello también.

Esta fue una de mis más grandes motivaciones a la hora de hablar de mujeres que han sido olvidadas por la Historia, no sólo recordar sus logros, que son tan dignos y merecedores de ser recordados como los de los hombres, también el de hacérselos llegar a otras mujeres, adolescentes, niñas, a las que puedan motivar desde los ecos del pasado.

Llevo tres años regentanto una librería, en la que hay una sección de Historia femenina no por casualidad, y me siento orgullosa de ser parte de tu camino. Espero poder motivarte y hacerte recordar lo poderosa que eres.

 

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